Luces (Raquel González, N)



1) Datación
   El contexto histórico de este objeto es la Baja Edad Media (siglos X-XV), momento en el que la luz se relaciona con la divinidad. El estudio de la óptica está directamente relacionado con este símbolo y asimismo con Dios. El renovado interés por la óptica y los avances en la fabricación de cristal permitieron que a finales del siglo XIII un monje desarrollara un invento que desde entonces ha cambiado la vida de una parte considerable de la humanidad: las gafas.

   Un científico árabe, Ibn al-Haytham, conocido en Europa como Alhacén, creó en el siglo XI las bases teóricas para esta invención con su estudio de la córnea humana y de los efectos de los rayos de luz en espejos y lentes. Sus libros se tradujeron al latín y fueron interpretados en el siglo XIII, entre ellos el tratado monumental del sistema óptico, ''Opticae", y alimentaron un generalizado interés por la óptica y por sus aplicaciones prácticas. Aparecieron así las "piedras de lectura", lentes planoconvexas (semiesféricas) que se usaban a modo de lupas y que constituyen el precedente de las gafas, el invento se sitúa hacia 1286. Alhacén hizo importantes adelantos en la óptica de lentes y de espejos, realizó numerosos estudios (sombras, eclipses, naturaleza de la luz) y experimentos, y descubrió las leyes de la refracción. Realizó también las primeras experiencias de la dispersión de la luz en sus colores. Las primeras lentes convergentes aparecen a finales del siglo XIII en el norte de Italia. En esta zona estaba muy desarrollada la tecnología del pulido de los cristales. Los primeros lentes se fabricaron para la presbicia y eran convexos. El paso siguiente fue montar las lentes en un armazón lo que ocurrió entre 1285 y 1300: le pusieron un borde de madera, hierro, cuero, plomo, cobre, o concha a dos de esos cristales tallados y los unieron con remaches de manera para que formaran una unidad. Se les agregó un mango para mayor comodidad y se les llamó "Lentes de Remache", pero sin patillas.

2) Pertinencia de la imagen
   Las gafas son un objeto cotidiano, pero se adecuan al estilo artístico de la época. En la Edad Media, tener unas gafas significaba tener grandes conocimientos. Además, en este periodo tenían pasión por la luz y por los colores vivos que para ellos tenían un significado místico. El filósofo Robert Grosseteste, franciscano de la escuela de Oxford y obispo de Lincoln, elaboró una doctrina en el siglo XII según la cual la energía creadora del mundo era la luz que procede de Dios, que se condensa y origina las sustancias naturales. El arte vive de la forma, es decir, de la medida, el arte se convierte en una imitación de segundo orden: imita la naturaleza, que a su vez imita las formas que están en el entendimiento divino. Esta teoría se acerca bastante a las conclusiones de la física moderna, que establece la energía como fundamento del universo y componente último de toda la materia.

   El arte tenía en esta época una función social, práctica y didáctica. “Lo bello trascendental se llama belleza por la hermosura que propiamente comunica a cada ser como causa de toda armonía y esplendor, alumbrando en ellos porciones de belleza a la manera del rayo brillante que emana de su fuente, la luz” Pseudo-Dionisio, De divinis nominibus.

   De acuerdo con el pensamiento de este teólogo, podemos decir que Dios es la Luz que ilumina todos los seres. En cuanto al arte, para Dionisio su único objetivo es acercarse a la belleza perfecta. Por todas estas características, las gafas se pueden considerar un objeto perteneciente al estilo artístico de la Edad Media.

3) Justificación teórica
   Durante la Baja Edad Media surgió la llamada «estética de la luz»: la luz era símbolo de divinidad. Habló del carácter matemático de la belleza, identificándola con la luz metafísica, y distinguiendo tres tipos de luz: lux (Dios), radium (rayos de luz) y lumen (el aire lleno de luz). El lumen refleja en los objetos, por lo que éstos resplandecen (splendor). Afirmaba que «la luz es la belleza y adorno de toda creación visible», así como que embellece las cosas y muestra su hermosura. Roger Bacon racionalizó la estética de la luz, opinando que la incidencia de la luz en los objetos produce líneas, ángulos y figuras elementales, como ocurre en el caso de las gafas. Hugo de San Víctor distinguió entre belleza visible e invisible: la primera, presente en la forma, es percibida por los sentidos (imaginatio), mientras que la segunda se encuentra en la esencia y es captada por la inteligencia (intelligentia). La belleza invisible es la belleza suprema, que sólo capta la mente intuitiva.

   Para el Pseudo-Dionisio la belleza estaba en los «atributos metafísicos de la trascendencia», es decir, está fuera del objeto. Para él la luz es el bien, la medida del ser y del tiempo. La invisibilidad de Dios se hace sensible para las cosas terrestres a través de la luz, siendo la luz inteligible –el bien– el principio trascendente de la unidad. Asimila la belleza con Dios, por lo que en el mundo sólo hay una belleza aparente, la belleza de las cosas es reflejo de la belleza divina. Tomó de Plotino el concepto de una belleza que es propiedad de lo absoluto, fundiendo belleza y bondad en una belleza «supraexistencial» (̉οπερούσιον καλός). Asimismo, tomó el concepto plotiniano de emanación para afirmar que la belleza terrestre emana de la divina. Dionisio formuló también el concepto de belleza como «armonía y luz» (ἐυαρμοστία καί ἀγλαία, consonantia et claritas en latín), que ejerció una enorme influencia en el concepto cristiano de belleza, así como en la representación artística.

   San Basilio por ejemplo, asumió el concepto dualista griego de la belleza: por una parte, ésta es la proporción del conjunto; por otro, siguiendo a Plotino, es la propiedad de las cosas simples, presente en cualidades como la luz y el brillo (características que presentan las gafas). Una vez más, se establece una relación entre la luz y la belleza, y esta última a su vez es considerada atributo divino.

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